Coincidencia nº15 “El chico de la bici”
Hasta hace unos años
siempre iba a mi trabajo en autobús. Trabajo en Sant Climent de Llobregat y ese
rato de autobús era genial. Me encantaba aprovechar esa media hora para leer,
escuchar la radio o simplemente observar el paisaje tanto de lo cotidiano del
despertar de una cuidad, como de lo natural de un amanecer salpicado por torres
de alta tensión, carreteras que se cruzan, o nubes multicolor.
Para desplazarme
hasta plaza España y coger ese autobús lo hacía en bicicleta, ya que ese era y
es muchas veces, mi medio de transporte en Barcelona. Al llegar a Plaza España
dejaba la bicicleta encadenada a una barandilla de acero cromado que hay en
frente de la comisaría de los Mossos d’Escuadra, justo al lado del paso de cebra que
da acceso a la escalinata y explanada que
hay delante de las torres venecianas del paseo de María Cristina. La bici
permanecía todo el día allí hasta que yo volvía por la tarde noche del
trabajo. Bajaba del autobús y me desplazaba a los diferentes cursos que hacía por aquella época.
Era una bicicleta de
montaña muy sencilla de color azul con detalles en color amarillo. Me la regaló
mi suegro, seguramente la consiguió en algún trapicheó o le tocó en alguna
tómbola. El caso es que yo le tenía mucho aprecio ya que me desplazaba alegremente
hacía donde yo le pedía.
Ahora soy el chico
de varias cosas, pero en aquella etapa predominaba era el chico de la bici. Siempre somos el chico o la
chica de algo, con la gente que corro soy el chico de las piedras, en mi
vecindario soy el chico de la bici, en mi familia soy el chico despistado, para
otros soy mountain-man, en mi trabajo soy un bicho raro, y en este blog
seguramente acabaré siendo el chico de las coincidencias. Normalmente somos
muchas cosas, prácticamente todas las que nos propongamos, pero al final y en
los diferentes entornos se destaca por la faceta que es menos usual en ese contexto. Ahora me
desplazo en coche al trabajo, pero como mucha gente también lo hace, no soy el chico del coche.
Un día llegué a
Barcelona y desde la ventanilla del autobús mi mirada volvió a buscar la
silueta de una bicicleta de color azul, pero esta vez solo había un vacío. La
barandilla cromada estaba limpia, no había bici, ni cadenas, solo aire y la
propia barandilla. No era posible, -¿Cómo es posible que roben la bicicleta
justo delante de la comisaría de los Mossos?-¿Pero cómo puede pasarme esto a
mí? con la suerte que siempre tengo!!!!-Decidí que seguramente en alguna otra
parte alguien le daría un buen uso, esta explicación me dejó tranquilo y feliz.
Es una manía que tengo, siempre que me ocurre algo malo o aparentemente malo, le
doy la vuelta a la tortilla para darle un sentido positivo.
Vivo en un bloque de
pisos donde no hay muchos vecinos, en cada rellano hay dos puertas y yo vivo en
un octavo piso. Es genial vivir en esa elevación, justo a la altura donde se
ven todas las azoteas de alrededor, donde la vista alcanza el más allá, y donde
cada mañana antes de salir de casa, me regalo ese paisaje y donde cada noche mi
vista se deleita al ritmo de un cepillado de dientes.
Conozco a todos los
vecinos pero en aquella época no nos conocíamos ya que éramos recién llegados, además me iba muy
temprano, y volvía muy tarde a mi casa, con lo cual el contacto era mínimo. De
vez en cuando y a última hora del día me cruzaba a la entrada al portal con
algún amable vecino que me sujetaba la puerta para que yo entrara con mi bici.
Son gestos que me encantan, como saludar por la calle, decir hola o adiós al
entrar o al salir de algún local, al cruzarme con alguien en la montaña, o
corriendo por algún camino, en fin son gestos de reconocimiento que ayudan al
otro, llenan a uno mismo y no cuestan nada. Por cierto practicando mucho esos
gestos llegan a surgir coincidencias increíbles, tal vez esta que os estoy
explicando sea el resultado de esos gestos.
El caso es que la
semana que me robaron la bicicleta deseaba tener otra bicicleta, deseaba que
fuera plegable y vieja, de veras, lo deseaba para poder desplazarme y que la
bici no llamara la atención.
Al cabo de una
semana cual fue mi sorpresa que al salir del ascensor y en el rellano del
octavo piso me encontré con una bicicleta igual a la que yo deseaba. Abrí la
puerta de casa y le pregunté a mi mujer si había visto la bicicleta, me dijo -Si,
es para ti-.
Resultó que los
vecinos del segundo piso, un matrimonio con dos hijos de edades similares a los
míos, tenían una bici que no utilizaban casi nunca y que empezaba a molestarles
en el piso. La iban a tirar pero se
habían fijado en la parejita del octavo y en el “detalle” de que a menudo
íbamos en bici. Seguramente también se habían fijado en otros detalles. Así que
subieron al octavo piso para hacernos un regalo que para ellos se había
convertido en un estorbo.
Justo en el momento
preciso, de forma casi automática y sin saber ellos nada del robo ni de mi
deseo de conseguir una bicicleta igual a la suya.
La vida está llena
de coincidencias, probablemente somos su resultado. El reconocimiento y el cuidado de los demás y del entorno hace que dichas coincidencias sean muchas veces verdaderos regalos inesperados, solo hay que fijarse en los detalles, apreciar los matices, aceptar lo que eres, agradecer lo que tienes y celebrarlo todos los días, como cumpledías.