A
propósito de Águeda
“coincidencia 51”
Año
2007
“Llegué
corriendo a la sala de urgencias del hospital Vall d’hebron, al
fondo María José con cara triste, sería y preocupada, a su lado
nuestro pequeñín Iván, con esa carita de optimismo que aún a día
de hoy y después de 9 años conserva inconscientemente. Al mismo
tiempo y en otra sala varios doctores y enfermeras se afanaban por
mantener consciente a David, nuestro otro pequeñín.
-¿Dónde
está David?- Fue lo primero que acerté a decir, tras de mi los
ascensores, y justo en ese momento un grupo de camilleros enfermeras
y doctores salían a toda prisa hacía la sala de cuidados
intensivos. Corrí hacía el ascensor donde ellos se introducían y
grité- Doctor!!! Doctor!!! Como esta mi hijo?-, baje la vista hacía
la camilla y el blanco total de los ojos de mi hijo David
respondía a mi pregunta mientras que el doctor me explicaba a toda
prisa que David estaba en estado crítico y que les dejara trabajar.
David
ya había tenido otras crisis pero ninguna tan fuerte como esta. No
se si por azar, o por esa suerte que siento que siempre acompaña a
mi familia, o porque tal vez no fuera tan grave como parecía, pero
al día siguiente mi hijo despertó de su letargo preguntado que
había pasado y sin recordar nada de lo sucedido.
A su alrededor en una gran sala con una pared acristalada yacían varios niños de edades similares a la suya, entubados, enchufados, rapados,.....y todos con la alegría y el optimismo por bandera.
Tras la pared acristalada estábamos los padres en lucha contra la angustia, con el llanto a flor de piel, y con el cariño, las miradas, las caricias y los gestos como armas para librar esa batalla.
A los pocos días alguno de ellos murió, se apagó, se desconectó del universo para siempre dejando heridas imposibles de curar. Me consuela pensar que esos niños que murieron esos días en aquella sala, realmente nunca desconectaron del universo, me consuela pensar que hay una parte de ellos que vuela en el aire eternamente, colándose en cualquier parte para llegar al corazón de las personas. Colándose, en charlas, recuerdos, en llantos y alegrías, y colándose en este escrito que ahora leéis para llegar a mas corazones, para llegar mas lejos y mas alto a través de vuestra lectura.”
A su alrededor en una gran sala con una pared acristalada yacían varios niños de edades similares a la suya, entubados, enchufados, rapados,.....y todos con la alegría y el optimismo por bandera.
Tras la pared acristalada estábamos los padres en lucha contra la angustia, con el llanto a flor de piel, y con el cariño, las miradas, las caricias y los gestos como armas para librar esa batalla.
A los pocos días alguno de ellos murió, se apagó, se desconectó del universo para siempre dejando heridas imposibles de curar. Me consuela pensar que esos niños que murieron esos días en aquella sala, realmente nunca desconectaron del universo, me consuela pensar que hay una parte de ellos que vuela en el aire eternamente, colándose en cualquier parte para llegar al corazón de las personas. Colándose, en charlas, recuerdos, en llantos y alegrías, y colándose en este escrito que ahora leéis para llegar a mas corazones, para llegar mas lejos y mas alto a través de vuestra lectura.”
Año
2016
Han
pasado 9 años, mi hijo mayor sigue conectado al universo y después
de varios tratamientos sus ausencias y desconexiones desaparecieron,
es un joven adulto que empieza a volar y pronto empezará a moldear
sus historias.
Yo
también sigo conectado al universo, me aferro a el con todas mis
fuerzas y moldeo mis historias a golpe de experiencias, aquí
comienza una de ellas.
Doroteo
ya me había explicado varias veces que había un tal Jaime
interesado en las sillas Joelettes. ¿quién es Doroteo? esa es otra
historia que bien merece otro escrito, esta historia va de Jaime, ¿y
que es una silla Joelette? seguid leyendo y lo descubriréis.
Jaime
era un chico de Valencia al que yo no di mucha importancia, con la
distancia que hay entre Valencia y Barcelona no creí que estuviera
dispuesto a venir a Barcelona a conocer los itinerarios Up Stones.
¿Quién era yo para semejante suposición?
Lo que
yo no sabía era la fuerza brutal que empujaba a ese tal Jaime, una
fuerza que no entiende de distancias, una fuerza que te empuja al
infinito y mas allá a buscar tal vez lo imposible. Jaime no estaba
solo, él y su mujer Pepa tenían el mayor de los empujes, la mayor
de las fuerzas, el amor a una Hija, el amor a su hija “Águeda”,
motivo de muchas cosas, una de ellas esta historia.
1 de
julio de 2004
Águeda
nació y no nació en un día 1 de julio de 2004. Nació en
intermitencia, con un pie en el universo y con otro fuera de el. Al
igual que mi hijo mayor Águeda se desconectaba del universo. Su
madre Pepa entonces entendía lo que ya intuía mucho antes de que
Águeda respirase su primer sorbo de aire, antes de que Águeda
naciera. Pepa ahora entendía esos patadones de un ser que brotaba en
sus entrañas, esos bruscos movimientos que la derrumbaban dejándola
abatida. Un embarazo que pasó de la incertidumbre a la angustia y de
la angustia a la realidad mas cruda. El colorido de la vida, el arco
iris de un nacimiento se tornó en grises, y los grises en derrumbe
de todas las ilusiones, de todas las expectativas.
A los
pocos días de nacer Águeda se hacía evidente todo lo intuido
durante el embarazo.
Algo no
iba bien desde los primeros movimientos dentro de su vientre. Águeda
no era un bebe corriente, esos espasmos y esas ausencias no eran
normales, a pesar de los primeros diagnósticos que aconsejaban
esperar un poco mas a ver la evolución, Pepa y Jaime iban asimilando
el largo y angustioso viaje que les esperaba junto a su bebé.
La
velocidad de lo cotidiano, el ritmo inalterable del paso del tiempo,
la capacidad de adaptación que tenemos los humanos para asimilar lo
que nos llega, la dulzura y la belleza de Águeda y tal vez el empuje
de Candela hizo que la llegada de Águeda con todas sus limitaciones,
con todas sus ausencias, se hiciera mas llevadera.
La
muerte de su hija Candela dos años antes del nacimiento de Águeda
les había enseñado las fauces de la vida, tenían sobradas fuerzas
para afrontar todo lo que sucediera.
28 de
diciembre de 2016
Han
pasado 12 de años desde el nacimiento de Águeda y ha habido de
todo, hospitales, tratamientos, diferentes diagnósticos, problemas
nutricionales, alegrías, tristezas y angustia siempre de fondo.
Águeda sigue con sus intermitencias y sus desconexiones del
universo. Dicen que la vida aprieta pero no ahoga, y también dicen
que somos optimistas por naturaleza. Esa fuerza que tenemos las
personas y que solo surge en los peores momentos es la que ha hecho
soportable una situación sombría. Esa ansia de supervivencia, de no
rendirse ante lo injusto, lo absurdo, de no rendirse ante la sombra
es la que puso un 28 de diciembre de 2016 a Águeda y sus papas en
Collserola.
Allí
estaba yo, otra vez solo con mis pensamientos, ¿cómo serán estas
personas? ¿porque querrán probar la silla Joelette? Doroteo me
explicó que era por su hija, la hija del tal Jaime. ¿Qué le
pasará?¿qué tipo de limitación física tendrá?, ¿les caeré
bien? ¿saldrá todo correctamente? Y como siempre mi respuesta
interior me tranquilizaba, “David simplemente haz lo de siempre, da
lo mejor de ti mismo”.
Aparqué
el coche en la plaza Mireia y me dispuse a observar a las personas
que había en aquel momento. Eran las cuatro de la tarde de un 28 de
diciembre, a esa hora si había alguien debían ser ellos, a pocas
personas se les ocurriría subir a Collserola después de comer y en
un día ideal para compras, prisas y cosas de poca importancia, pero
primordiales para muchos en esas fechas de diciembre. Allí estaban,
una familia que tenía muy claro que era lo primordial ese día, una
familia junto a una furgoneta negra. Lo de las furgonetas es lo
típico en los casos en que hay alguna persona en la familia con
movilidad reducida.
Venían
acompañados por otra familia que les había acogido en su casa, Gemma, Estanis y su hijo Estanis petit.
Todos
mis pensamientos, expectativas y suposiciones quedaban solventados.
Junto a la furgoneta una silla de ruedas con una niña sobre ella.
Una niña preciosa, con la mirada alegre y a la vez perdida, muy
probablemente en otro universo. A su lado Pepa, su madre con el
semblante del que no necesita lecciones, con el optimismo y la
gratitud por bandera en todos los gestos y las miradas, y con la
fuerza de una madre curtida a golpe de reveses.
Todo
mi nerviosismo, toda mi timidez, todo mi miedo se esfumó al momento.
Al fondo y en la dirección de la mirada de Pepa aparecía la silueta
de un corredor bien fornido y atlético, era Jaime. Por fin le
conocía, por fin podría explicarle a Doroteo que gracias a él
Jaime junto su mujer Pepa podrían pasear a su hija Águeda a lomos
de un corcel naranja, a lomos de una silla Joelette y disfrutar de
Collserola a través de uno de los itinerarios Up Stones.
Nos
dimos la mano, nos regalamos un buen apretón, una gran sonrisa y nos
pusimos manos a la obra.
Abrí
el maletero de mi furgoneta gris y me dispuse a sacar las 4 piezas en
que se descompone una silla Joelette. A mi alrededor Jaime, Pepa y la
familia que les había acompañado observaban con ilusión el
esperado acontecimiento.
Los
pensamientos de Jaime y de Pepa, sus recuerdos de conquistas de
montañas con Águeda a sus espaldas, las imágenes de aquellos
momentos, aquella mochila que ahora estaba en algún rincón de su
casa de Puçol (Valencia), ahora empezaban a convertirse en
imaginaciones, en nuevos sueños, en nuevas ideas, pero ya sin la
mochila. La silla Joellette sería la alternativa a aquella mochila,
sería la solución al desarrollo y a los cambios físicos de Águeda,
ahora con esta silla podrían seguir conquistando cimas, Águeda
podría seguir acompañando a Jaime y a Pepa en sus excursiones, en
sus retos y en sus conquistas.
Y
así, como el niño impaciente que se lanza a abrir los regalos, así
se lanzó Jaime para ayudarme a montar la silla que llevaría a
Águeda hasta los rincones de Collserola mas escondidos, donde es
prácticamente imposible acceder con una silla de ruedas
convencional. Por fin estaban disfrutando de esa silla que habían
visto en videos y propaganda de la empresa fabricante. Era un gran
invento que ahora ellos y tras mucho esfuerzo se disponían a probar
y muy probablemente después a comprar. Era un invento genial, una
silla con una sola rueda tipo mountain bike, con un gran
amortiguador, un manillar de empuje y direccionado, y dos largas
barras de amarre para estirar de ella. Dos personas, una delante
estirando de los amarres y otra detrás empujando junto a un montón
de ilusión serían capaces de portear a Águeda hasta cualquier
cima.
Pasamos
una tarde genial, Pepa y Jaime eran imparables, no había sendero que
se les resistiera, no bastaba con ir por el camino principal,
necesitaban ir buscar los senderos mas pedregosos y estrechos, como
unos niños con zapatos nuevos que necesitan pisar charcos, saltar o
dar patadas para ponerlos a prueba. Así Pepa y Jaime se lanzaban por
empedrados, sonriendo en cada salto, en cada brinco, como niños
traviesos, disfrutando de la mirada de Águeda y de alguna sus
sonrisas perdidas, acariciados por una brisa producida por su ritmo y
seguramente empujados por el recuerdo y el amor de Candela.
Yo ya
tenía sobrada experiencia porteando Joelettes, pero de veras que no
daba crédito a la temeridad de Jaime y Pepa, ni a la adaptabilidad
de la Joelette en cualquier sendero por complicado que fuera.
Subimos
hasta el repetidor de Sant Pere Martir, haciendo parada frente al
Belén de las piedras viajeras, el belén de Noe Gaya. Bajamos en
dirección oeste dando una vuelta hasta volver al punto de partida en
plaza Mireia.
Una
vez allí nos abrazamos en símbolo de gratitud mutua, ellos
agradecían la oportunidad de probar la silla Joelette como si fuera
suya, y yo agradecía en secreto todo lo que había visto, todo lo
que había aprendido en tan poco tiempo, como padre y como persona,
agradecía en secreto que estas personas se entregasen en cuerpo y
alma a la felicidad de un momento y de una forma tan nítida,
agradecía verles disfrutar de esa forma.
Desmontamos
la silla y la guardamos en mi coche. Pepa abrió el portón trasero
de su furgoneta y se sentó en el borde del maletero frente a Águeda
que permanecía en su silla de ruedas, sacó un tupperware y se
dispuso a darle de comer. Mientras tanto sonreíamos y charlábamos
de lo bien que lo habíamos pasado y de las ganas que tenían de
tener su propia silla Joelette. Habían ahorrado algo de dinero que
junto a lo recaudado en algún acto benéfico apenas llegarían a
pagar la mitad del coste de la Joelette. Ahorrarían todo lo posible
aún privándose de lo que fuera para conseguir esa silla. Aproveché
ese momento para preguntarles por la enfermedad de Águeda. Pepa me
explicó que Águeda sufría síndrome de West, una enfermedad rara
incurable y de difícil diagnóstico, en la que el niño enfermo
sufre diariamente continuas convulsiones y ataques epilépticos que
impiden su desarrollo físico y mental. En ese momento supe que esa
tarde tenía todo el sentido, volví a sentir esa la sensación de
sincronicidad que otras veces había sentido, en la que todo surge
espontáneamente encadenando hechos que al final culminan en un
precioso suceso. Recordé los años en que mi hijo sufría esas
convulsiones, me vino a la cabeza el año en que pasó por la Uvi del
hospital Vall d’hebron por una brutal convulsión. Supe que esa
remota coincidencia era el anuncio de que algo bonito estaba
sucediendo y que algo mejor estaba por llegar.
Nos
despedimos con la seguridad de que volveríamos a vernos y con el
empeño de seguir promoviendo los itinerarios Up Stones.
No se
si fue por las fechas Navideñas que a uno le enternecen, tal vez fue
el recuerdo de otras épocas, o simplemente la alegría de haber
compartido un rato tan profundo con unos padres que son ejemplo de
lucha y de vida, pero recuerdo la llorera que me pegué bajando en el
coche camino de mi casa. Quería explicarle a todo el mundo lo que
bien que lo habíamos pasado, me acordé del grupo “Collserola
Mountain Runners”, de “9 sentiment”, de “muevete por los que
no pueden”, de “En positivo +”, de “Wolf Team”, de “los
transpirenaicos”, de muchos “Run BCN”, de los "Morlaccos", de los cuentos de Ona, y
de un montón personas y anónimos, todos ellos muy probablemente
unidos por “El camí de la papallona”, deseaba que supieran que
sin su grano de arena todo esto no hubiera sido posible.
Con
todo lo bien que lo habíamos pasado lo mejor estaba por llegar, me
sentía en deuda con esta familia y no pararía hasta conseguir lo
que mi intuición me estaba pidiendo.
Llegué
a mi casa y lo primero que hice fue ponerme en contacto con Maxim de
Toytownkids. Maxim es una persona que pasó una infancia difícil que
le marcó de por vida, vive felizmente pero aún sigue buscando su
infancia perdida ayudando a otros niños para que no la pierdan.
Bastaron
3 mensajes por whatapp para que Maxim sintiera la necesidad de
aportar el coste de la mitad del pago de la silla Joelette.
Ese
mismo día por la noche tuve el placer inolvidable de comunicar a
Jaime y Pepa que lo de la silla ya estaba solucionado, en breve se
harían las gestiones para pedir la nueva silla Joelette. Esta vez no
era yo el que lloraba, era a Jaime a quien le saltaban los lagrimones de
emoción.
Así
es como Águeda y su familia celebraron un emotivo fin de año 2016 y
así nacieron los “Itinerarios Águeda”.
Hoy día 2 abril de 2017, hemos hecho una salida en Collserola con sillas Joelette. Águeda y su familia han venido a Barcelona en gratitud por haberles ayudado a conseguir esa silla.
Hoy han nacido los itinerarios Águeda.
Precioso y duro relato David. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, dicho lo cual no sabemos lo fuertes que somos hasta que ser fuerte es nuestra único opción, el ser humano es optimista por naturaleza y de una forma u otra nos adaptamos.
EliminarUn día increíble David!!! Poquito a poquito....haciendo realidad sieños!! <3
ResponderEliminarLlum, mil perdones por no haber leído este comentario en su día, y mil gracias. Si aquel día fue un día increíble que marco un antes y un después.
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