viernes, 9 de mayo de 2025

Coincidencia 60. Puértolas, Escuain, Añisclo, Carlos, Bea, conversaciones gratis

             

Se acababa de dar un baño tonificante de cuerpo y alma, estaba completamente solo en una poza de agua fría y cristalina, disfrutaba de la soledad. Justo cuando se disponía a marcharse aparecía una pareja joven, no supo precisar su edad, jóvenes de alma y entre 35 y 40 en lo físico, si algún día leyeran este texto ellos mismos lo podrían corroborar. David solía gastar ese tipo de bromas cuando se encontraba en esas situaciones, era su forma tantear a las personas, según fuera su respuesta ya sabía frente a qué tipo de personas se encontraba;

-Perdonad, pero esta poza está reservada para mi- 

ellos se quedaron sorprendidos unos segundos, pero al momento le seguían la corriente,  sus gestos y miradas delataban una conexión instantánea, como esas veces en que alguien te cae bien sin conocerle y sin saber por qué. Fue una conversación breve, pero con los mínimos gestos comunicativos que al que escribía le gustaban. Era viernes, acababan de llegar a zona y agradecían con sinceridad la información que David les daba;

 -La montaña de enfrente es Peña montañesa, yo esta mañana he subido a Castillo Mayor, que es la montaña de aquí atrás y que destaca frente a la Peña...el agua del río está genial...esta zona es brutal de bonita...-por supuesto, no falto la típica pregunta, 

- ¿de dónde sois? -

Eran de Valencia, el que escribía les dijo que él era de Barcelona, y eso fue todo. David recogió sus cosas y se fué.

  Los pensamientos de David, a quien le encantaban las personas, siempre iban libres al margen de lo que estuviera haciendo. Dicen que por la mente de las personas vagan libres miles de pensamientos, ahora en su mente vagaban preguntas, pero no era el, eran sus pensamientos, 

-¿Subirían estos chicos a alguno de los sitios que les he aconsejado? ¿Qué edad tendrán? ¿A qué se dedicarán? ¿Qué historias de montaña o de vida habrá detrás de una pareja tan maja?-

 En fin, se perdía en sus pensamientos entramados con otras historias, se imaginaba a Biel, la pareja de su hijo pequeño Iván, a quien le encantaba la montaña, pero que nunca había subido a una cima de esa bonita zona, y lo imaginaba subiendo a Castillo Mayor, se acordaba de anécdotas de aquel bonito proyecto de las conversaciones gratis o visualizaba mentalmente la salida Joelette del siguiente fin de semana. Sus pensamientos iban y venían al ritmo de Amy MacDonald, cuya voz se fundía con el rumor del rio, en el coche sonaba, “Is This What You've Been Waiting For?”. Cuando descubría una canción que le gustaba la escucha en bucle durante varios días, y la música a todo volumen en el coche era la guinda final de la celebración de una bonita mañana de montaña, de agua y de personas. Llegaría a casa y explicaría su excursión, tantas veces repetida desde años atrás y que tanto le conectaba con aquella montaña.

                                 

  David había seguido sus días de relax con la familia, ese día tocaba ir al cañón de Añisclo. Tiempo atrás habían visitado la zona, pero el cañón estaba cerrado por peligro de desprendimiento de rocas. Esta vez el cañón estaba abierto y les esperaba una mañana preciosa. Y así fue, Sara no daba crédito a tanta agreste belleza de paisaje, recorrido con la Touran. En muchos momentos Sara pasaba miedo al ver que la sinuosa carretera atravesaba zonas en las que había restos de desprendimientos. Había en el ambiente cierta dosis de temeridad, pero la carretera estaba abierta. Y así,  ese día se adentraban en las tripas de Añisclo, haciendo parada a medio camino para visitar la ermita de San Húrbez y terminando en una agradable comidad en la bonita terraza de aquel restaurante de Escalona con vistas a La Peña Montañesa. Por la tarde se deleitaron con un paseo por las inmediaciones de San Juan de Plan.

  Era sábado por la mañana, atrás quedó la excusión al cañón de Añisclo y David aún conservaba la sensación de plenitud que le había dejado su contacto con la montaña el día anterior. Había madrugado y miraba por la ventana mientras tomaba un café. La Peña las Once estaba nevada en su cresta, el paisaje de ese año era bestial de bonito comparado con otros años anteriores. Las diferentes tonalidades del verde, junto con la nueva y exuberante frondosidad debida las continuas lluvias del mes de abril, hacían que el valle de Chistau y toda la zona en la que estaban, estuviera mas colorida y bonita que nunca. Ese día tocaba ir a ver la garganta de Escuain, y la mañana prometía un gran día.

Habían visitado la garganta en un bonito recorrido de dos kilómetros sin apenas desnivel. Toda la familia estaba disfrutando del increíble paisaje y de ver a Sara disfrutar tanto. Sara era la pareja del hijo mayor de quien escribía este escrito, ella nunca había visto dicha garganta. Sara iba en todo momento delante con David hijo, era una chica curiosa, como mínimo mucho más que su hijo David, que muchas veces aprovechaba cualquier excusa para acortar el recorrido o para no terminarlo. Aunque otras veces David hijo lo hacía para esperar a su madre que casi siempre iba rezagada detrás y agarrada de la mano que del que ahora escribe esta historia. 

Al llegar al final del recorrido, mientras el resto de familia se dirigía hasta el coche, David charlaba con la chica responsable de la información del parque. David aprovechaba cualquier momento para entablar una conversación. Siempre lo hacía, como le había pasado el día anterior en el rio con la pareja de Valencia. Su curiosidad buscaba cualquier excusa para indagar y aprender.

  Y allí estaba, escuchando a una señora amante del parque, de la naturaleza, de los ecosistemas y del mundo de la ornitología. Una de las atracciones de la zona era  la presencia de quebrantahuesos. Entre otras cosas, le explicaba a David la masacre que los aerogeneradores estaban causando a las aves en toda España. Cada año morían miles de aves y muchas de ellas son aves protegidas por temas de extinción. No solo era la violenta masacre que las astas producían en el entorno aviar, además le explicaba que se alteraba el ecosistema natural de la zona donde eran implantados y lo mismo sucedía en los campos de placas solares, destruían brutalmente el ecosistema. David estaba leyendo en esos días un libro que hablaba de este tema, el autor mencionaba a Edward O. Wilson como un naturalista defensor acérrimo de los ecosistemas. Una de las cosas que decía dicho naturalista era que si desaparecieran todos los insectos y artrópodos terrestres, probablemente la humanidad no podría vivir mas allá de unos meses.

  Y así, párrafo a párrafo iba hilando el texto que le serviría para recordar aquella bonita coincidencia con la pareja de Valencia y que unos párrafos después explicaría como colofón final de esta narración, y que además le servían para ir escribiendo partes de su vida.

 David siempre solía llevar un libro en la mochila, y a ratos, cuando la familia de despistaba o estaba en otros quehaceres, seguía con su lectura. En aquel momento esta leyendo el libro “Cogitacions”. El autor, JoanDomènech, era un entrañable señor de 80 años y vecino de David, era toda una eminencia mundial en temas de biología, pero era aún más eminencia como persona y como ser humano.

                                       

 David sentía por él un respeto y una admiración supremos, más allá del que ya profesaba a todos los escritores que le permitían sumergirse en historias fascinantes y enriquecedoras. Para David, era un auténtico lujo poder *cogitar* a menudo con Joan Domènech sobre los temas que tanto le apasionaban.

Maria, la pareja de David, también tenía muy buena relación con aquel entrañable vecino, pero además era amiga de su mujer. La mujer de JoanDomènech también era una gran persona y a Maria, que tenía mas tiempo que David para socializar con la vecindad, le gustaba hablar con ella.

La edad y achaques de salud iban provocando que cada vez saliera menos a la calle. Sufría fibromialgia y esta dolencia la limitaba sobremanera.

  Y después del último párrafo volvía casi al final de esto escrito que conectaba con unos párrafos mas arriba cuando toda la familia se marchaba de Escuain. Ya subidos todos en el coche se disponían a buscar un lugar donde ir a comer. David hijo tenía un instinto insuperable en buscar restaurantes con encanto, y pasado el pueblo de Puértolas a medio camino hacia Escalona, encontraba un restaurante aislado y perdido en un punto increíble de aquella zona, con unas vistas preciosas al verde y agreste paisaje del pirineo aragonés. Una amplia terraza con mesas dispuestas para los comensales regalaba una panorámica extraordinaria.

                                   
  A la entrada al restaurante yo bajaba el último de la familia ya que me paraba para disfrutar del extraordinario paisaje, pero al llegar a la zona de las mesas de repente hoy una voz que decía;
 -Mira es el chico de ayer en el rio- 
yo me giraba y sonreía de oreja a oreja, al igual que lo hacía la pareja mientras nos mirábamos. No me lo podía creer, !era la pareja del día anterior en el río! Me hizo muchísima ilusión que nos encontráramos en compañía de mi familia, era como dar un paso mas en esa conexión que sentía que había. Ese encuentro se había convertido en otra de aquellas coincidencias que David coleccionaba, y que eran la excusa perfecta para escribir unas palabras e hilar un relato.

Poco más sucedió excepto un pequeño e importante detalle. Resulto que el chico había subido a Peña Montañesa y estaba muy contento de dicha excursión. Cuando me explicaba su periplo en la montaña le brillaban los ojos, me recordaba a mi mismo cuando hago mis montañas y lo explico a otras personas. En un momento dado, miré a la chica y le pregunté porque ella no le acompañaba, ella me contesto; 

- tengo fibromialgia y hay ciertas cosas que no puedo hacer, yo me quedo abajo esperando-. 

Algo revolvió el alma de David, era una mezcla de melancolía y alegría, melancolía por que él también tenía una pareja con una enfermad crónica que también le esperaba abajo mientras él subía montañas, y alegría, no solo por la coincidencia de habernos vuelto a encontrar, sino la casualidad de que la mujer del autor del libro que estaba leyendo tenía la misma enfermedad que ella y por la coincidencia de sensaciones y de logística que Carlos tenía al subir montañas. David no dijo nada, solo la miro a los ojos y le dijo que su mujer también tenía un enfermedad crónica y que también ella le esparaba a su vuelta de las montañas.

La comida transcurrió de una forma fascinante y agradable, viendo batallas de un gato valiente, un zorro muy poco audaz y un quebrantahuesos que no pudo quebrar a un gato, pero esa es otra historia.

David ya maquinaba su próxima narración, por eso en el último minuto, cuando la pareja ya se iba, David se levantó y se acercó rápidamente hacia ellos para pedirles sus nombres, se llamaban Carlos y Bea.

También les dijo que tenía un blog donde escribía y que algunos de sus escritos versaban sobre historias conectadas y entrelazadas por coincidencias. Eran historias reales que le servían para ir hilvanando una especie de biografía que compartia con personas que le gustaban.

Sus pensamientos otra vez iban por libre, con todo tipo de ideas, pero la idea central era, “que bonito sería que algún sábado por la mañana y casualmente aparecieran Carlos y Bea por Arco de Triunfo”.

Aunque también le rondaba el pensamiento causal, “David escríbelo al final del texto, si algún día Carlos o Bea leen tu narración sabrán donde encontrarte para tener o terminar una conversación gratis”

Era viernes, ya había pasado una semana desde los hechos narrados en este escrito, al día siguiente a las once y media de la mañana y como cada sábado estaría durante dos horas a los pies del arco de triunfo sentado en una silla, leyendo un libro, frente a una silla vacía con su cartel cuidadosamente elaborado con el texto “Conversaciones gratis”. Quien sabe? Tal vez algún día surgiría otra coincidencia que sentaría en la silla vacía a Carlos o a Bea.

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