Jordan era el pequeño de la clase y algunos de los mas gamberros hacían mofa de él, pero él, al igual que ahora Marina, sabía defenderse.
Jordan esperaba la hora del recreo con el nudo en el estómago, muchos días iban a buscarle, pero tenía sus mecanismos de autodefensa. Cuando sonaba la campana corría a esconderse para que los mas grandes y gamberros no le encontrasen para reírse y mofarse de él.
En el bolsillo muchas veces llevaba lápices, colores o algún bolígrafo, tal vez de amuleto. Guillén, que era el mas capullo, lo vigilaba para perseguirle y putearle. Aquel día vio que el pequeño Jordan se escondía en el lavabo. Guillén entraba a bramido limpio con su colla de falderos, al grito de "renacuajo no te escondas". Jordan esperaba con ansia a que Guillen, abriera la puerta, nada le iba a detener.
Guillen abría la puerta, y Jordan al segundo descargaba el lápiz con furia contenida: la mina de HB se incrustaba en el cuero cabelludo de Guillén como un recordatorio sangrante: Los pequeños también tienen límites.
Jordan era así, nadie iba a cometer con él, ni con los suyos ninguna injusticia.
Marina había heredado su fuego, ahora era ella la mas pequeña y aparentemente indefensa de la planta, 21 años, 24kgs, pero con una densidad existencial brutal, y como diría su compañera de habitación Encarna, "con muchos cojones por kilo".
Los residentes nuevos solían confundirla con una adolescente hasta que la veían discutir y corregir protocolos con los jefes de planta, se ganaba su respeto con la misma contundencia con la que casi cincuenta años atrás Jordan se lo ganaba con el resto de compañeros de clase.
Muchos días su tío estaba allí, para regalarle su presencia y estos escritos y dibujos, tal vez para amenizar las horas eternas, las pruebas interminables, los caminos por explorar,...
Marina sabía que los verdaderos luchadores no necesitan tamaño, solo alguien que crea en ellos cuando el mundo duda.

