Nunca lo hizo,
otros lo hicieron por él, y aunque lo hicieron más grande de lo esperado, su
sueño nunca sucedió tal como él lo soñó.
Pero algún día
rescataría aquel sueño y lo desplegaría tal como fue soñado.
Y otra vez como
otras muchas veces comenzaría a redactar otra página de su vida. Le gustaba
escribir y plasmar sus vivencias pasadas, pero esta vez sería diferente,
empezaría a escribir una historia que aún no había sucedido, la historia
empieza así “Nunca lo hizo, otros lo hicieron por él, ……..”
“The sky is the limit” rezaba aquel sueño de tres piedras en tres cimas, que al final quedó convertido en miles de piedras pintadas por cientos de cimas por todo el mundo, en lo que muchos llamaban “El camí de la papallona”
Las tres piedras
no fueron más que la excusa para subir a la montaña, y mantener la tradición de
su niñez, siempre que estaba cerca de una montaña tenía la necesidad imperiosa
de subir a lo más alto para descubrir que habría al otro lado.
La montaña era la
escalera para subir hasta el punto donde se acaba la tierra y empieza el cielo,
y las piedras eran su ofrenda a las montañas por todo lo que de ellas recibía,
eran una forma de volver a su niñez.
Aquel hombre que ahora planificaba llevar a cabo aquel sueño, fue una de las personificaciones anónimas de aquella historia que desencadenó una cadena de sonrisas que aún hoy resuena entre algunos montañeros, corredores de montaña y algún que otro nadador.
Pero aquella
historia de las piedras ya había trascendido mas allá de caminos y montañas,
mas allá del mismo cielo. Aquella historia casi secreta había trascendido a
leyenda, llegando mas allá de “el cielo es el límite” y mas de “El camí de la
Papallona”.
Buscaba en cada
rincón una señal que le diera energía, que le indicará el camino y que le reafirmara
en su idea. Cualquier historia de vida le valía para dar fuerza a su idea.
Fiel a su esencia
y a sus raíces, siempre que pasaba por lugares de antaño, de niñez y de
juventud, se preguntaba que habría sido de aquellas personas que ya en su adolescencia
fueron perfilando su forma de ser. Con ese ánimo y en uno de sus trasiegos
diarios de vuelta a casa a galope su bicicleta, tocó al timbre de uno de los
portones de aquella calle en la que pasaba las tardes estivales con sus amigos
de pubertad, iba con prisa, pero su corazón muchas veces era mas rápido que su
cabeza. Tocó al timbre sin pensar ni recordar la de veces que la magia llamaba
a su puerta, saldría algún desconocido explicando que los antiguos dueños ya no
vivían allí. Aquel hombre que de niño soñaba con volar otra vez tocaba las
nubes, era Conchita quien habría el portón. Ya no era la adolescente de hacía
35 años, pero permanecía en ella el mismo semblante, la misma esencia, la misma
mirada serena y tranquila, la misma mirada entrañable de aquellos años de jóvenes,
la timidez había dado paso al sosiego, al aplomo y a la firmeza del que ya ha
transitado la intensidad de los caminos de la vida.
Conchita acaba de salir victoriosa de un
cáncer que se llevó un pedacito de su cuerpo pero que a cambio le dejó una percepción
de la vida que le dio el poder de amplificar todo lo bueno a su alrededor, un
cáncer que la elevó a un nivel solo apto para los que han visto lo que hay al
otro lado, para los que han bailado con la eternidad.
Desde fuera los triunfadores no muestran su
dolor ni su sufrimiento, fue solo después y a través un WhatsApp que Conchita
se sinceraba aún más con aquel hombre.
“Llevo meses en
caída libre y has venido a cogerme para que no siga cayendo. Los días de
hospital en soledad dieron para mucho. Pensé en qué final tendría todo aquello
y en si podría volver a ver a gente que para mí habían sido importantes. Una de
esas personas eras tú y te daba por perdido. Mi única opción de dar contigo era
a través de Rafa y no había manera.
Siempre pensé que
nunca más volvería a verte.
Esto ha sido un
...Oufff! Todo es posible, no des nada por perdido. Hasta lo más increíble un
día puede suceder.
Sé que siempre fui
tímida y que tal vez eso me hacía parecer fría, pero te digo en serio que te
quería mucho, porque en ti veía la figura de un hermano protector, no sé qué
era, pero tú eras distinto y me alegra mucho poder decírtelo.”
Aquel hombre tenía el poder de empatizar exponencialmente las experiencias de vida de sus allegados, todas esas experiencias que le contaban le servían de combustible de sus sueños. Él nunca contaba las suyas, era así, se le daba mejor escuchar que hablar, aunque el paso de los años y las historias acumuladas le habían enseñado a ser más parlanchín. Esta experiencia de Conchita se quedaría grabada a fuego en su interior, un pedacito de Conchita le iba a acompañar en todos sus propósitos, como en este que ahora escribía.
Unas semanas antes
había hecho el seguimiento de uno de los sueños del joven Shahid, que le
serviría para llevar a cabo el suyo. Shahid cruzaría los pirineos en solitario
en 18 días, pocas personas tenían la fuerza siquiera de plantearse semejante
osadía.
Shahid era un
chico pakistaní de 29 años que tiempo atrás y guiado por su instinto, su
inquietud y su hambre de nuevos horizontes llegó hasta Barcelona para ubicarse
allí hasta quedar fundido con sus gentes, con sus historias, con sus calles, y con
su cultura.
Tras varias
peripecias y trapicheos Shahid hizo su sueño realidad, instalarse en Barcelona
y seguir soñando nuevos horizontes.
Fue en Barcelona
donde Shahid sintió la llamada de la montaña, su instinto y su don de gentes
otra vez le situaban rumbo a otro sueño, rumbo a los Pirineos.
Cruzar los
pirineos era la forma de entender aquella nueva tierra, de entender su cultura
mas limpia y de forjarse con su gente. Tan prendado quedó de aquellas montañas y
de aquellas personas que cada año volvía para seguir soñando nuevos confines.
Acompañar a otros a cruzar el Pirineo le limpiaba de angustias y era su forma
de sentirse en paz por todo lo recibido, tanto de las personas que le rodeaban como
de la propia montaña.
Shahid sin saberlo
había trascendido a la propia montaña, a leyendas de caminos, se había
convertido en el ejemplo a seguir para otros que al igual que él venían de
tierras lejanas.
Y por fin lo hizo,
tras cruzar durante varios años el pirineo acompañando a otros, Shahid sintió una
gran llamada de aquellas montañas, su alma le pedía transitar en solitario
aquellos caminos, sin explicación, porque si, por que algo inexplicable le
empujaba a hacerlo, tal vez era una forma de gratitud o de entrega a los demás,
o su ofrenda a la propia montaña. Shahid cruzó los pirineos de punta a punta, en
18 días, sin desfallecer, sin dudar, sabiendo desde el primer día que lo
conseguiría, tal como lo soñó y superando ampliamente todas las expectativas.
Muchos estuvieron con él, unos acompañándole en la distancia, otros dándole
cobijo o apoyo, y otros simplemente animándole a seguir adelante. Shahid
recogía del camino todo lo que él había dado previamente. Aquel hombre que de
niño soñaba con volar le entregó a Shahid lo mejor de él, su cariño y su experiencia,
y un recuerdo en forma de mapa que quedó tatuado de por vida para Shahid en lo
que todos conocen como GOOGLE MAPS.
Probablemente la naturaleza le devolvería poco a poco semejante ofrenda, tal vez la naturaleza ya estaba ayudando a Shahid a crear aquel club para jóvenes en situación de gran vulnerabilidad con el que tanto soñaba.
Esta gesta de
Shahid fue otra cicatriz tatuada en positivo en la piel de aquel niño que
soñaba con volar, aquel hombre la utilizaría como ejemplo para sus propias
gestas, y si algún día llegaba el desfallecimiento allí estaría el recuerdo del
sueño de Shahid.
Ya tenía todo lo
necesario para partir en busca de aquel sueño perdido, un equipaje ligero, poca
comida, unos donuts especiales para Ethel, una piedra pintada de Noe y una
pulsera azul de la pequeña Marina con el escrito que siempre tenía presente,
“No esperes a que pase la tormenta, aprende a bailar bajo la lluvia”, y en su
mente su princesa y su amada María.
En aquel día de
partida en un día 6 de agosto su corazón latía con mas fuerza que nunca.
Los corredores
muchas veces no saben como explicar los motivos de sus gestas, muchos los hacen
por salud, por competir, por amor a la naturaleza, por una promesa,….
Él tampoco tenía
claro sus motivos, tal vez era la tristeza y la impotencia de la perdida casi
repentina de su hermana, o tal vez el dolor por la crudeza con la que la vida
se ensañaba con María, su princesa, con Marina, con Carlota o con Jordán.
Esa aventura en
soledad le serviría de tributo y de bálsamo a tanta impotencia por no poder
evitar lo imparable. Era un hombre iluso, tenía la certeza de que las montañas
de alguna forma le escuchaban y le arropaban, y era en ellas donde se sentía
conectado a sus raíces, a lo que muchos llaman el alma. Activar el alma y
vivificar los mejores recuerdos era la única forma que tenía de conectar con sus
pérdidas, y la única forma de seguir alimentando su ego y sus motivos.
Nunca recordaba
los detalles logísticos de sus aventuras, pero quedaban tatuadas en su corazón
las anécdotas e historias que había compartido con las personas que se había
encontrado en el camino.
El mismo día por
la tarde reposaba en su corcel gris aparcado en la explanada de Eriste, la
aventura estaba en marcha, la aventura ya era imparable.
Día 7 de agosto, a
propósito de Posets, la primera cima de su sueño
Allí estaba el
iluso, le daba igual dormir poco o mal, sabía que lo conseguiría, solo faltaba
esperar a que el autobús a la Espigantosa le hiciera la aproximación. Ese día
Posets sería conquistado, y esa conquista le daría fuerzas para conquistar
Aneto al día siguiente.
Siempre iba sin mapa y sin planificación especial, se guiaba por su instinto y por las personas con las que se encontraba en el trayecto. Esta forma tan minimalista de subir a la montaña ya le había ocasionado otras veces que se perdiera y no acabara en el punto deseado. Además, era la excusa perfecta para disimular su baja inteligencia espacial y su básico conocimiento de los mapas. Esta vez sería algo parecido, solo sabía que debía de pasar por el refugio de Ángel Orús, aunque no le preocupaba ya que solo quería transitar por la montaña de la forma que a él le gustaba, guiándose por su instinto y en compañía de su soledad. Durante prácticamente toda su vida agosto era el único mes que podía dedicar algo de tiempo a su pasión por la montaña, saber que en ese mes en la montaña habría muchos montañeros le daba cierta tranquilidad en caso de perdida.
Y así empezó a trotar, montaña arriba, corriendo hacía donde su impulso le guiaba, siguiendo las marcas rojo-blancas, disfrutando como un niño pequeño, saboreando el más íntimo de los amaneceres, ya estaba en camino y terminaría su viaje fuera como fuera. Tras dos horas de trote y dura subida se dio cuenta de que transitaba el camino equivocado, iba en dirección contraria, hacía Viadós.
Otra vez la rabia de su torpeza le hundía, empezaba mal la aventura de 3 días, .”…date la vuelta y vuelve a casa, esto ya ha terminado…”, era lo que se decía así mismo. Se dio la vuelta hundido, pero con la esperanza de encontrar el camino correcto y retomar la senda a Posets.
A lo lejos divisó
a dos montañeros con aspecto de trail-runners, era su oportunidad de que ellos
fueran más previsores que él y supieran el camino. Y así fue como conoció a
Óscar y a Jorge. Óscar era un chico de Madrid, nunca hablaba de su profesión
por no entrar en temas de política, así era aquel país, España, cargado de estereotipos
equivocados. Jorge tenía el injusto estigma de ser policía nacional. En cuanto
a Óscar, era un chico de Binefar, con toda la experiencia que tenía hubiera
sido todo un guía de montaña, pero le gustaba disfrutarla a su forma y en
solitario.
A Jorge le regaló los manguitos que llevaba puestos, y a Óscar le entregó la piedra de Noe, fue su forma de agradecer su compañía.
Día 8 de agosto,
de nuevo Aneto, la montaña que siempre le llamaba
Otra vez durmiendo
en Eriste, ya había vencido al coloso Posets que con sus 3375 mts de altura era
la segunda cima más alta del pirineo.
Ya de madrugada analizaba
las vueltas que daba la vida, como uno puede hundirse del todo por la mañana y
acabar por la tarde completamente satisfecho del día perfecto vivido.
Volvía a recordar
la frase de su querido y difunto Eduard, “El ser humano es optimista por
naturaleza”. Todos sus errores, todos sus despistes, todas sus pérdidas no eran
más que argumentos y justificaciones optimistas para seguir dando y mejorando cada
faceta de si mismo, para él y para todo su entorno.
Volvía a dormirse
mirando a las estrellas y buscando en cada una de ellas un brillo que le
conectase con la esencia de las personas queridas que habían partido antes de
tiempo.
Tras unas pocas
horas de descanso incomodo en el interior de su corcel gris, y de haber
aparcado en el parking de Hospital de Benasque, ya estaba sentado en el
interior del autobús que le haría la aproximación a la Besurta, el punto de
partida para su ascensión a Aneto.
Su instinto siempre le empujaba a correr, siempre que podía lo hacía, le daba igual que el trayecto fuera de Barcelona a Sant Climent, o de la Besurta hasta la misma cruz de Aneto, siempre que el trayecto lo permitía él corría. No le gustaba destacar, así que, al bajar del autobús, y como otras veces anteriores, empezaba andando tras los frontales de los que andaban más rápido, sin intentar adelantarlos. Sería después y cuando a lo lejos ya no se distinguiera personas y solo luces cuando aquel hombre empezaría a correr. En cada curva del camino miraba atrás, en pocos minutos la luz de su frontal era el punto de guía que el resto de montañeros divisaban en lo mas alto, un solo punto avanzando rápidamente en la oscuridad.
Tras 25 minutos llegó al refugio de la
Renclusa (2140mts), y sin parar siguió su trayecto. A lo lejos divisaba luces
de los que habían hecho noche en el refugio y se ahorran el tramo que él había
subido raudo y veloz. En 30 minutos ya los había alcanzado y sobrepasado. Y en
otros 45 minutos ya estaba en el Portillón Superior (2895mts), por el que
pasaría a la otra vertiente de la montaña. La vista del imponente glaciar de
Aneto le volvía a recargar de energía, otra vez las mariposas volaban en su
estómago, su mente ya volaba en busca de nuevas y fantásticas historias con las
que soñaba y que muchas veces eran sobrepasadas por la realidad de lo sucedido.
En otros 60 minutos y envuelto de una niebla
que le hacía dudar del recorrido alcanzaba la parte superior del glaciar
(3050mts). Por fin llegaba al temido glaciar, ya lo conocía de otros años y esa
tranquilidad de conocerlo le daba seguridad para cruzarlo rápidamente con la
ayuda unos crampones ligeros y unos bastones. Sabía de sobras que lo
aconsejable era atravesarlo con piolet, pero hay cosas que solo se aprenden con
la experiencia. Lo que más tarde sucedería le marcaría de por vida y nunca más
volvería a Aneto sin piolet.
Al aproximarse a la inmensa y amarronada placa de hielo, se encontró con dos chicos franceses que iban bien equipados, con crampones y piolet, que se disponían a transitar una de las trazas de la parte alta del glaciar. Algo no marchaba bien, sabía que el glaciar era mejor cruzarlo por la parte baja, y su intuición de otros años le decía que la traza marcada en el glaciar no era la correcta. Además, algo le decía que la montaña estaba viva y en movimiento, esa vez encontraba el recorrido diferente a otras veces. Los chicos franceses parecían expertos y aquel hombre no creyó conveniente advertirles del peligro de cruzar desde ese punto, simplemente saludó y les dijo que él prefería cruzar desde más abajo.
Y así lo hizo,
destrepó unos 150 mts hasta encontrar la traza del glaciar que creyó más
segura. Un grupo de excursionistas se encontraba en ese punto colocándose los
crampones, ahora si estaba en el punto por que otros años había accedido.
Al igual que en la
Besurta, y tras colocarse los crampones ligeros, partió andando tras los más
rápidos, tan pronto como viera el camino seguro empezaría a correr. A los 5
minutos de acompañar alegremente al grupo de cabeza, se ponía delante y empezaba
a correr arañando el gélido suelo con sus garras de acero. La traza no era como
otros años y su intuición le advertía de un mal presentimiento. Había menos
nieve que otros años, y la senda era más estrecha, el más mínimo error en
alguna de sus pisadas podía precipitarle al fondo del glaciar, sin piolet
podría ser una caída peligrosa. Para asegurar cada paso aminoró la marcha
asegurando cada paso y cada clavada de bastones en el azul del hielo. Cada
pocas zancadas se paraba para disfrutar de las vistas y saborear el momento,
además se aseguraba de que el grupo de atrás seguía subiendo. Era un grupo
numeroso de unas 10 o 12 personas, iban bien equipados, pero solo dos de ellos
parecían tener experiencia en montaña, eran los que marcaban el paso, animando
y protegiendo a los demás. Tras de ellos subía rápido otro chico que al igual
que él subía raudo y veloz, en pocos minutos adelantaba al grupo y se acercaba
a aquel hombre.
A medida que
avanzaba y al ver el estado tan complicado de la traza, decidió dejar de correr
para esperar al chico que subía rápido y así hacer cima en compañía.
Y así conoció a
Albert, aquel hombre se le presentó sin más, le dijo que le estaba esperando
para ascender juntos, Albert simplemente sonrió y siguieron juntos sin parar ni
un minuto. También Albert subía sugestionado y con cierto miedo por el difícil
estado de la traza. Enseguida
congeniaron, y esa intensa mañana surgieron entre ellos unas bonitas
“coincidencias” que seguramente remacharían una incipiente amistad.
Consiguieron pasar la peor parte del glaciar, y aunque el paisaje estaba tapado por una intensa niebla, respiraban alegres y tranquilos. Estaban contentos, atrás quedaba la sugestión, y en pocos minutos estarían acariciando el paso de Mahoma. Seguían corriendo, intercambiaban experiencias e historias al ritmo de unos bastones, empujados por la fuerza de la montaña soñaban nuevas aventuras. Atrás quedaba el miedo que habían pasado al cruzarlo en tan mal estado. Pero algo los paró en seco, un griterío desgarrador que provenía del glaciar los dejó helados, “!!!!que cae!!!! que cae!!!! que cae!!!! piolet!!!! piolet!!!!, piolet!!!! era un griterío de horror, de pánico, las mariposas en el estómago dieron paso a la angustia, al miedo y al remordimiento de haber cruzado el glaciar sin piolet.
La intuición es
sabía, resultó que uno de los dos chicos franceses con los que aquel hombre se
había encontrado aquella mañana y que se disponían a cruzar el glaciar por la
parte alta, había caído al vacío del glaciar hasta la parte más baja. Le
remordía no haberles avisado del peligro. Un piolet salvo la vida de uno de
estos dos hermanos franceses, este chico reaccionó a tiempo y pudo ir frenando
su caída a golpe de piolet. Cayó desde la parte alta, cruzándose en su caída
con el grupo que transitaba la traza inferior y que no pudieron hacer nada para
parar el desplome, solo apartarse para no ser arrastrados y presenciarlo.
Poco después del
accidente en el glaciar se habían cruzado con dos chicos que bajaban de Aneto,
les habían informado de que el paso de Mahoma estaba helado y era resbaladizo.
El susto anterior y el paso de Mahoma helado les hizo desistir de hacer cima,
habían llegado a 3300 mts de altura y se daban por satisfechos, no valía la
pena arriesgar más, la montaña siempre estaría ahí esperándoles.
Hicieron la vuelta
por Aigualluts, bordeando el glaciar por la parte baja y compartiendo aventura
y nuevas coincidencias. Resultó que Albert conocía a Francesc De Lanuza Gimeno,
el que fuera años atrás uno de mejores deportistas de Swimrun del mundo. El Swimrun
era el deporte pasión de aquel hombre. Además Albert llevaba unos meses
pasándolo muy mal por un asunto laboral. Albert trabajaba para un banco y
pactaba los desahucios de pisos, siempre luchaba por la mejor justicia para los
inquilinos, pero esta vez se trataba de un desahucio a una familia cuyo padre
tenía una enfermedad degenerativa e incurable, probablemente EM o ELA, el mismo
tipo de enfermedad que padecía María.
Aquel hombre se
dispuso a correr carretera abajo, sabía que las piernas estaban rendidas y que
su lesión
se resentía, pero el latido de su alma silenciaba todos los
obstáculos. Seguía saludando a todo aquel con el que se encontraba, al ciclista
que subía, a la pareja que había bajado del autobús que él había perdido por
pocos minutos, a los niños que bajaban de un coche para perderse en un sendero,
…y al cabo de 3 kms volvía a surgir cierta magia, resultó que se encontró otra
vez con el ciclista que minutos antes subía jadeando a Hospital de Benasque, le
había animado en su pedalear y en su sufrimiento, ¡¡¡“ánimo que ya llegas!!!”,
le había dicho. A cambio, este ciclista que acaba su entreno en ese punto de la
bajada donde se disponía a introducir su bicicleta en la furgoneta, llevó a
aquel hombre, coleccionista de coincidencias, hasta el mismo Benasque. Resultó
que el ciclista era vecino de Roberta Heras. Aquella nueva aventura, y como
otras muchas veces, terminaba en otra bonita coincidencia.
No pudo hacer cima
en Aneto, ni hubo foto en la famosa cruz, pero su alma y su sueño de niño
estaban colmados, en dos días ya había transitado las dos montañas mas altas
del Pirineo, solo le faltaba el coloso Monte Perdido. Y además había conocido a
personas increíbles cuyo recuerdo perduraría por años, sabía que algún día
volvería a reencontrarse con muchos de ellos.
Día 9 de agosto,
Monte perdido, la montaña que le aproximó al límite de su fortaleza
Tercera noche
buscando el sueño mirando a las estrellas
Allí estaba, otra vez tumbado en el interior su corcel gris, mirando al cielo estrellado a través del techo transparente, agradeciendo a cada estrella por haberle dado fuerzas para desplegar aquel sueño. Por fin en Nerín, una pequeña molestia en la rodilla derecha no impediría su ascensión a Monte Perdido, ya había hecho cima en Posets, y había transitado en la crudeza de Aneto. Pasadas unas horas un autobús hasta Cuello Gordo le dejaría en el punto de partida hacía la cima, en el punto donde el iluso se sentiría el centro del mundo. Soñaría con llegar en soledad a la cima, se imaginaba a Amara en el refugio de Góriz, aquella chica que años atrás encontraba la primera piedra pintada, se ilusionaba con la sorpresa, con saber que había sido de aquella piedra “pequeña como una
almendra, suave y redondeada, delicadamente coloreada...como una gota de agua......”, pero esta vez tenía otras promesas en su volátil cabeza. Un sueño profundo y corto acabó con sus pensamientos.Y tal como lo
planeó así empezó a suceder, ya estaba corriendo hacía el refugío de Góriz, la
belleza que sus ojos contemplaban le obligaba a parar en cada recoveco, a
medida que avanzaba la panorámica era más bella, mucho más de lo que el
recordaba.
Estaba sucediendo
y lo sucedido iba superando todas sus expectativas, sus piernas ya no
recordaban el cansancio y la paliza del día anterior en Aneto, o la jornada del
día antes de Aneto haciendo cima en Posets, el paisaje estaba reseteando todo
su ser, otra vez volvía a ser el niño nervioso y energético que necesitaba
subir a lo mas alto y lo antes posible para tener las mejores vistas. Empezaba
un nuevo día, que debía ser como si fuera su último día, como el que se despide
por que pronto morirá, pero con la sensación de plenitud, como cuando le decía
a sus hijos, “si algún día muero, no lloréis por mí, lo he tenido todo, la
mejor esposa del mundo y los mejores hijos, me iré tranquilo y con una total
satisfacción”. Ya tenía en sus piernas Posets y Aneto, y ya estaba acariciando
el cuerpo de Monte perdido, solo le faltaba acariciar su cara y besarle en la
frente llegando a su cima.
Y así, entre
pasos, saltos y zancadas llegaba a Goritz, al igual que en la Renclusa, o en
Ángel Orús volvía a llegar el primero y en total soledad. Solo le falta entrar
y buscar la suerte, la coincidencia y magia. Pero esta no siempre sucede, Amara
este año tampoco estaba trabajando en Goritz, pero daba igual, parar y
preguntar por Amara era la tradición, y siempre que subía a Monte Perdido la
buscaba.
Así que siguió su camino en continua ascensión, saludando a los que iban delante de él, montañeros que habían pernoctado en el refugio de Góriz y que empezaban desde ese punto la ascensión a Monte Perdido.
Otra vez bellas personas de las cuales siempre extraía conocimiento y energía, como con aquellos chicos que subían con la intención de hacer vivac en la misma cima. Llegaría al caos de piedras, otra vez los preciosos hitos, probablemente los más bellos de todo el pirineo, grimparía por varios cambios de nivel hasta llegar al lago que era la antesala de la famosa escupidera.
La escupidera es un ladera que es la antesala de la cima, tiene fama de ser uno de los puntos mas mortíferos del pirineo, pero en verano no hay peligro,eso si, se debe estar muy en forma la afrontar la durísima subida.
Nuevamente echaba la vista atrás, para contemplar el maravilloso paisaje, también divisaba a Raquel, una chica de Madrid a la que había saludado momentos antes y que le había trasmitido muy buenas vibraciones. Subía sola, sin bastones, pero su ritmo andarín e imparable sorprendía nuevamente a aquel hombre que subía a ratos corriendo y a ratos andando, cada vez que echaba la vista atrás ahí estaba Raquel, imparable y constante.
Y pasado el lago ya sentía mariposas en el estómago, solo faltaba pasar la zona rocosa previa a la escupidera, y hacer la última subida. Las duras subidas le gustaban, eran duras, pero así debía ser, había que ganarse y merecerse la cima. Ya estaba tocando su sueño, estaba todo hecho, en ese último tramo de la escupidera recordaba detalles de los últimos días vividos en Posets y Aneto, sentía ese empuje irracional que le motivaba a hacer lo absurdo, lo absurdo era el camino mas corto para sentir de alguna forma la cercanía de sus seres queridos que habían fallecido antes de tiempo o que sufrían injustamente, además le acercaba a su forma al sufrimiento de María, aunque a ella todo esto le resultaba un sin sentido.
Y así entre clavada y clavada de bastones, entre jadeo y jadeo incansable, llegó al punto mas alto de la garganta, donde el aire sopla con fuerza para hacer más épico el último tramo, para recordarle que aquello era el tercer gigante de los pirineos y que hasta los últimos metros había que ganárselos con tesón y esfuerzo, desde el punto donde te das la vuelta para hacer balance de todo lo recorrido, y desde el punto donde volvía a ver a lo lejos a la incansable Raquel.
Tras unos grimpeos entre piedra y piedra, entre sueño y sueño, aquel hombre alcanzaba la cima, los jadeos daban paso a un torrente de lágrimas escondidas provocadas por un aluvión de recuerdos y sueños, muchos de ellos perdidos en la eternidad, y otros rescatados de su infancia como aquel que en ese momento trascendía a realidad, por fin había conquistado aquel sueño robado.
No habría piedras
pintadas, pero si el “camino de la mariposa”, y fotos, muchas fotos, era lo
típico, había que inmortalizar el momento, aunque aquel hombre sabía que algún
día lo inmortalizaría con un escrito, tal vez como este.
Tras terminar las fotos de rigor y comer alguna barrita energética, y justo en su momento de partida aparecía Raquel, con esa sonrisa tranquila, alegre y relajada, habían conectado desde el primer momento, y lo sellaron con una foto en la cima, y con alguna que otra promesa por cumplir.
Ya estaba todo
hecho, solo había que volver, dándolo todo en el camino, con las personas que
se encontraba, saludando alegremente y muchas veces charlando, otra vez se
cruzaba en su bajada con los dos chicos que subían a hacer vivac en la cima, le
parecía increíble esa gesta, y sentía una envidia sana de no tener el tiempo ni
la valentía suficiente para semejante acto, saludos, sonrisas y muchos ánimos
en cada encuentro. Cuando subes a una cima el disfrute es total hasta el último
momento, la subida suele ser de sueños y una pizca de sufrimiento, y el retorno
suele ser una sonrisa de oreja a oreja, y una plenitud total, y aquel hombre lo
expresaba exponencialmente, en cada zancada, en cada salto, en algún que otro
tropiezo y en todos los encuentros. Así llegaba al refugio de Goritz,
totalmente feliz, y como siempre totalmente despistado. En ese punto se acababa
el sueño.
Todo había ido
genial, hacía buen tiempo, la lesión le había dejado correr, había cumplido su
sueño, ya no tenía más montañas por conquistar, los tres gigantes siempre le
acompañarían.
Aunque tal como él
decía, la realidad supera siempre la ficción, y cuando culminas una realidad
deseada o un sueño, no siempre es como lo esperas y siempre se puede soñar un
poco más, o incluso engrandecer el sueño, como después sucedería.
En un primer
momento al llegar al refugio de Goritz, las buenas sensaciones y la total
plenitud superaban sus expectativas, estaba destrozado físicamente, no había
tenido lesiones ni torceduras en los 3 días de ascensión y su mente ya volaba a
Barcelona, su ciudad, para saborear todo lo sucedido, descansar del palizón y
tal vez escribir en una hoja en blanco, sus pensamientos y sus sueños ya
empezaban tomar un sabor mediterráneo, el mar le esperaba.
En Goritz era la hora del descanso, era el momento del final de una dura mañana de montaña cuando solo falta reponer fuerzas y descansar el resto del día, el exterior del refugio estaba atestado de montañeros descansando y comiendo al sol de la montaña, hacía un día esplendido, las risas, las anécdotas y las historias de montaña flotaban de boca en boca, la belleza del lugar mezclada con la alegría de la época estival y con la enormidad del coloso Monte Perdido provocaban las lágrimas de aquel hombre, en la fuente había gente llenando las cantimploras, mochilas por el suelo, bastones apoyados en las piedras, el edificio rebosaba vida montañera, con excursionistas entrando y saliendo, ya no subía nadie hacía Monte Perdido, solo los locos o inexpertos osarían subir a esa hora tan calurosa a la cima. A lo lejos solo se divisaba la figura de algunos que ya bajaban, y más a lo lejos los que aún subían, pero nadie partía a esa hora del día hacía la cima.
El verano para
aquel hombre acaba de empezar y no podía creer que ya lo había conseguido, ya
podría empezar a volar hacía otros sueños, y volver a casa para volcarse con su
familia y disfrutar del resto de vacaciones.
Pero de repente un
nudo le cerró el estómago, un olvido le invadió, y las lágrimas de alegría de
repente se volvieron lágrimas de rabia, de impotencia y de tristeza. Toda lo
perfecto del momento se había roto por un olvido de color azul, una pulsera
símbolo de la lucha de María le golpeaba en lo más profundo de su corazón.
Había olvidado la foto más importante en lo más alto, la foto de una pulsera
“Baila con la EM” en la cima de Monte Perdido. No podía ser que hubiera
olvidado algo tan importante, no sabía que hacer, primero pensó en preguntar si
alguien tenía pensado subir a Monte Perdido por la tarde o al día siguiente, era
difícil, la hora que era y el ambiente en Góriz solo invitaba al descanso. Por
otra parte no podía depender de otras personas para cumplir una promesa tan
íntima e importante. Lloró de impotencia, de pie apoyado con la cabeza en su
mano que descansaba en uno de los bastones, mientras alrededor todo eran
sonrisas y descanso, una chica le miró a los ojos y lo vio llorar, pero bajó la
vista y pasó de largo sin saber que decirle.
Todo sucedía muy
rápido en ese momento, le bastó solo un minuto para decidir que volvería a
subir a la cima para hacer esa foto prometida, lo daría todo y no se pararía en
ningún momento, acababa de bajar de la cima y recordaba perfectamente el
recorrido, además ya no hacía falta pararse a saludar a las personas con las
que se cruzaba, ya le conocían. Y así sin más se dirigió a la fuente de Goritz,
dio un buen trago, llenó la bolsa de agua y partió a toda velocidad hacia la
cima. Tenía que darlo todo, y además hacerlo rápido para luego llegar a tiempo
a cuello gordo para coger el autobús que le dejaría en Nerín.
Dicen que aquella
segunda ascensión a Monte perdido inundó el sendero en un mar de lágrimas por
aquella promesa incumplida.
Empezó a correr,
cada zancada era una lágrima, ya estaba lanzado a volver a subir y todo lo
demás daría igual. Y se volvió encontrar con Raquel que ya bajaba de Monte
Perdido y que no daba crédito al volver a ver a aquel hombre que hacía rato que
había bajado y ahora volvía a subir, aquel hombre le explicó rápidamente sus
motivos, Raquel le dio todos los ánimos que pudo, y además le pidió que le
enviara información de la iniciativa de las pulseras “Baila con la EM”. El
siguió su cometido en busca de su promesa y Raquel siguió en su imparable,
alegre y particular caminar hacía Goritz. Mas adelante se encontró con otro
grupo con el que había hablado en la primera ascensión, le saludaron con cara
de extrañeza y aquel hombre que ya se sentía seguro de su cometido, empezó a
sonreír, y sus lágrimas ya eran de alegría, “he olvidado una foto” fue lo que
les dijo.
Con cada zancada su sonrisa se hacía más grande, se acordaba de aquel chico que no contento con subir y bajar una vez de un tirón a Everest lo volvió a repetir al sexto día batiendo todos los récords, un tal Kilian con el que años atrás había pasado un increíble día de Navidad y quien le había ayudado con alguna de sus historias. Ya no pararía a contemplar el paisaje, ni a hacer fotos, no hacía falta, ya estaba fundido con Monte Perdido. Y se encontró otra vez con los dos chicos que subían a hacer vivac y que tampoco daban crédito a este nuevo reencuentro, aún no habían llegado a la cima y un loco estaba a punto de culminarla por segunda vez, y el papá que bajaba con su hijo y con su perro, con el chico de las rastas, y con……..
No sabemos lo
fuertes que somos hasta que nuestra única opción es ser fuertes.
Nunca se me
hubiera ocurrido subir en una mañana dos veces a Monte perdido, pero se puede y
os aseguro que la segunda subida fue más rápida que la primera.
En cuanto a lo que
sucedió después de culminar la segunda ascensión bien merece otro escrito, pero
pasaron muchas cosas, muchas personas, mucho esfuerzo, muchos kilómetros.
Pasado aquel mes
de agosto aquel hombre volvía a su querida rutina de trabajar, amaba su
trabajo, le encantaba lo que hacía, aquella rutina de ir en bicicleta todas las
mañanas hacía su entrañable Sant Climent de Llobregat, disfrutando todos los días
de los diferentes amaneceres, otra vez volvía a soñar……..Pero la vida le volvía
a golpear, al llegar a su lugar de trabajo resultó que uno de sus compañeros
había sido diagnosticado de cáncer, por suerte tenía tratamiento. Pero otra vez
volvía a refutar su forma de vivir y de saborear cada momento como si fuera el
último día de su vida, y prestando especial atención a lo esencial, que suele ser
invisible a los ojos.
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Aquí encontrareis un video resumen de esta aventura montañera:
Las tres cimas mas altas del Pirineo, Posets, Aneto y Monte Perdido
Me ha emocionado tu escrito David. Orgulloso y afortunado de poder compartir contigo las brazadas en el mar, que aunque no sea tu medio, poco a poco te lo vas ganando.
ResponderEliminarAlejo/Aleix, muchísimas gracias por tu comentario, y mil perdones por no haberte contestado antes. El reconocimiento y la gratitud son super importantes, y tu siempre lo haces conmigo y ello ayuda a no rendirme en aprendizaje tanto de la natación, como en otros aspectos, en este caso la escritura. Un super abrazo
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